Camarón que se duerme...toman decisiones por él.

Tenemos toda una vida confiando en que las cosas mejorarán. Ello forma parte constitutiva del ser humano. Y llegado el caso del venezolano, la esperanza viene aderezada con el refranero nacional. Este momento no es la excepción, porque a pesar de las circunstancias pensamos que las cosas pueden y van a mejorar. Así decimos: No hay mal ...
Precisamente este refrán en su sabiduría expresa claramente nuestra situación, debido a que amalgama la esperanza y la impotencia del ser humano ante la calamidad caída del cielo. Esta postura lleva adicionada la apatía e indiferencia que ha caracterizado en estos últimos años a parte de nuestra población. Paradójicamente, en un país en donde impera el juego de azar, en lo político y en lo social queremos ganar la lotería sin jugar.
Hablamos y hablamos de los necesarios cambios que deben ser emprendidos, de las decisiones a tomar, de los que debe hacer una u otra tolda política, de lo que debe hacer el vecino, el amigo, la familia. Poco o nunca reflexionamos sobre el papel que cumplimos nosotros como personas individuales y únicas.
Pienso que el venezolano le tiene miedo al yo. Temor al yo pienso, al yo digo, al yo decido, al yo hago.
Ciertamente, estos no son momentos para potenciar la expresión de muchos pareceres, sea por el consabido apartheid del cual participamos en nuestro país, o simplemente por el temor al qué dirán. Pero de una u otra manera, siempre hay justificación válida o no para no asumir y permitir que nos arrastre la corriente.
Esta actitud camaronera ha sido uno de los grandes pesos que lleva en sus hombros la venezolanidad. Es mucho más fácil que ello ocurra en nuestra extraña circunstancia actual, en donde es más cómodo dejar de asumir una posición cuando mis intereses no son vulnerados directa y constantemente, cuando mis espacios y mis alcances son recortados sin que me dé cuanta. Cada decisión que otro tome por mí, me aísla aún más y me coloca en una posición difícil de cambiar, aunque no imposible. Si partimos que a buen entendedor pocas palabras: en nuestras manos está el futuro.
Al querer romper este ciclo a lo crustáceo, se presenta ante nosotros la posibilidad de errar, pero también de acertar. No se trata de volver atrás, porque yo creo que ni al cangrejo le gusta retroceder. Por el contrario, esta nueva actitud involucra decisiones conscientes y bien documentadas, a partir de cómo nuestras condiciones personales, laborales, sociales han cambiado durante estos últimos años, porque de lo contrario repetiríamos errores propios o de otros. De allí que considero oportuna la ocasión para invitar, a que nos incorporemos del chichorro, de la hamaca, de la cama, de la poltrona, de la computadora, del carro y hasta del avión. Todo ello a fin de decir: YO QUIERO. Quiero para mí, quiero para mis hijos, para mis nietos, para mis alumnos, para mis amigos, para mis colegas, para los que no son mis amigos, para los que ni siquiera conozco, para todo mi país, para todos mis niños.
Yo lo declaro: Quiero un país mejor. Donde el futuro sea esperanzador no lleno de incertidumbre, ni odio. Donde la educación el trabajo y la solidaridad social se rieguen como la hierba. Donde los venezolanos de mañana aprendan la lección, que los de hoy no pudimos o no quisimos aprender.
Pero para eso me voy a parar de esta computadora, porque Camarón que se duerme se lo lleva la corriente.

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