El ancla que se perdió un 30 de septiembre.

El primogénito de los ya ancianos reyes de Troya, Príamo y Hécuba, fue llamado Héctor y sobre él, ya hombre fue descargado el mayor peso en la defensa de la ciudad. De allí que este nombre significa "el que sostiene fuertemente", "el que retiene" y de ahí el significado de "ancla" que le han dado algunos estudiosos. Esta simbología se ajusta perfectamente a un personaje que compartió durante cuarenta dos años mi vida y la de los míos conformando un amor fraterno y tumultuoso para el cual ni él ni nosotros estábamos preparados.
Héctor Luis se llamaba, quien con la alharaca propia de los varones le dio incontables sobresaltos a mi madre desde su concepción hasta que concedió ante una corta pero mortífera enfermedad. Es por ello que hoy, a ocho años de distancia quiero por fin hablar de él, de su vida, de sus anhelos, de sus logros.
El primer recuerdo de mi hermano no es su nacimiento, a pesar de los cinco años que nos separaban, por el contrario la imagen que asalta a mi mente es la del día de su primer cumpleaños y también su bautizo. Fuerte, atrevido, con paso firme se acercó a una botella de refresco que termino alojándose en su rodilla, interrumpiendo de esa manera una celebración que termino en la clínica y con varios puntos de sutura. Si pensáramos que en cada evento existe una señal, igualmente deberíamos haber vislumbrado las señales que nos indicaban que su vida iba a estar signada por ese coraje, esa curiosidad y ese atrevimiento.
Su vida corta pero agotadora, entre sobresaltos y sobresaltos, estuvo aderezada de situaciones que en muchos casos pusieron su vida en peligro y/o ameritaban una gran tolerancia al dolor. Un baño y una boca llena de hojilla, un paseo por la cornisa de un cuarto piso y unas botas empotradas a unos pies ensangrentados, son buenos ejemplos de una niñez y juventud enérgica y voluntariosa que sobrevivió para encontrar una vocación, no en el liceo ni en la universidad, sino en el servicio a los demás.
Esta pasión se despertó en él en los inicios de su adolescencia. Allí debo confesar que mucho de responsabilidad debo asumir en ello, puesto que compartíamos una alianza de tres. El, quien es mi esposo y yo conformamos un trío que se dedicó a la solidaridad y la participación propia de la juventud y el idealismo. De esta forma, participábamos en cuanta actividad de ayuda y apoyo se presentaba. Es así que un Héctor de doce años nos acompañaba a seleccionar ropas y enceres en la sede de la Cruz Roja en Caracas. De allí pasó a participar y luego trabajar en campamentos juveniles en donde demostró la responsabilidad y dedicación que le faltó para estudiar. Ya la semilla estaba sembrada y es como adulto y padre que orienta todos sus esfuerzos y se prepara como rescatista y especialista en comunicación, hasta que la enfermedad lo vence.
Uno de sus mayores logros está en el hogar que formó con una muchacha llena de empuje que ha superado con gran valentía estos ocho años, con la cual tuvo dos hijos que hoy son la vida para sus abuelos y tíos. En ellos, gestos, expresiones, gustos y ocurrencias repetidas no permiten que olvidemos su cara, sus travesuras y sus inventos.
Para la familia en pleno, mi hermano constituyó esa ancla que los griegos ponderaban como la seguridad en medio de la tormenta. Es así que a la hora de ocurrir una situación de apremio o dificultad es cuando más lo extrañamos, cuando más necesitamos esa mano y ese corazón dispuesto a ayudar.
No fue fácil vivir con él. Pienso que no podíamos interpretar claramente esas señales que nos indicaban la presencia de un ser excepcional. Él abrumado por un entorno que no pudo superar y nosotros al tratar de torcer una vocación que nos llenaba de zozobra.
Quiero obviar sus últimos momentos dolorosos y recordarlo con su computadora, su cigarro y su carro, amarrado al cuello por los brazos inmensos de sus hijos Héctor y Leo. Prefiero recordarlo comiendo la pasta con carne, caraotas, queso blanco, bañada de salsa de tomate y su licuadora de Toddy. Elijo verlo arreglando la antena, o el carro y desbaratando cualquier aparato en la casa. Sin embargo, debo ponderar su coraje y valentía hasta el último día para enfrentar el dolor y la seguridad de lo inevitable.
Son muchas las cosas que nos dejó. Sus hijos y una hermana más, la Nena, el aprendizaje que como familia y como padres debemos acercarnos más. Como ciudadano fue ejemplo de compromiso hacia los demás, de allí que se presenta como compromiso seguir sus pasos.
Como hermano, son múltiples las lecturas puesto que para las hermanas menores, sus bromas y alegrías marcaron la relación de compinchería y alegría. Pero para mí fue mi primer compañero, mi amigo, mi cómplice; aquel con quien compartía mi pasión por Meteoro, por el cine, por los libros, por Les Luthiers y muchas otras cosas que llenaron nuestra juventud.
Al igual que el héroe troyano fue un alma grande y valerosa que a pesar de sus conflictos, al llegar la adversidad luchó hasta su último suspiro y nunca nos dejo ver su sufrimiento. Lo quiero y su recuerdo me acompañara hasta que mi tiempo termine.

Comentarios

  1. Como te dije en el face, hermosa manera de conmemorarlo, se le extraña y lamento mucho que no haya conocido a la loquita, se habrían llevado super bien.

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