LA RELACIÓN MADRE-HIJA. TRAMA DE CONFLICTOS Y COMPLICIDAD.

Mujeres artistas, mujeres profesionales, mujeres jóvenes, mujeres mayores, mujeres altas, flacas, pequeñas o robustas. Mujeres todas, nos encontramos participando de una conjura en donde somos verdugos y víctimas, salvadoras y salvadas, benefactoras y beneficiarias: la relación madre-hija. Mucho se ha escrito con respecto a la maternidad, unos mitificando otros subestimando, pero en ningún caso ignorándola como lazo inmerso en la feminidad, en la vida.
El imaginario dentro de esta relación responde a la escisión entre la mujer y su papel en el procrear, de allí que luego de que ese patrón se inserta en la subjetividad femenina se encorseta en su alma, orientando acciones y decisiones desde un ideal-madre como perfecta, infalible e infinita. Las exigencias generadas por esta significación se proyectan en los actores dando cabida a sensaciones y vivencias psíquicas y físicas representadas por el apego, la ausencia y la separación. La gestación, el parto y el puerperio marcan de manera definitiva a la mujer, obligándole a postergar u olvidar otros intereses.
Esta compleja relación, lo es aún más cuando de la mujer se trata. Estos avatares marcadores de la subjetividad femenina con la maternidad, configuran en la mujer-hija una suerte de deuda. De allí, la consecuencia imitación de acciones, prácticas, ritos y posturas que cual herencia pasan de unas a otras. Sin embargo, esta sucesión decanta en condiciones de simbiosis, enfrentamiento o indulgencia, generando situaciones diversas y complejas en el transito dentro de la maternidad de la mujer-hija. Por tal razón, más allá de la herencia de la cual participamos en pro de la persistencia humana, mucha de nuestra identidad como mujer se encuentra cimentada en esas relaciones madre-hija en cuanto tormentosas, satisfactorias, lejanas o cercanas. En realidad, no importa cómo catalogamos esa relación, existe y hace impacto en nuestra subjetividad, en la forma como abordamos vida y relaciones. Allí la ficción y lo real se acercan y se alejan en la medida que llegamos a una edad en la cual imitamos o cuestionamos el seno engendrador.
Esta dualidad amor-odio da espacio por un lado, a la sumisión de prácticas legitimadas por generaciones y, por ende irrefutables, de las cuales somos dignas hacederas y usufructuarias. Así, imitamos patrones sin el menor cuestionamiento. Ecos y espejos de la propia madre constituyen una simbiosis afectiva en la cual la distancia ni se busca, ni se permite. La indefección y el dolor culpable conforman un puente que la mujer-hija no se atreve a cruzar por miedo a quedar desguarnecida ante la vida. Dentro de esta lógica, su contraparte, la mujer-madre da sentido a esa maternidad, muchas veces ahogando a su retoño en remordimientos e inseguridades.
Por el otro, la mujer-hija para liberarse levanta murallas a fin de poner distancia entre lo vivido y lo por vivir. Aquí el escenario es de resentimiento y dolor. De allí que las protagonistas en una lucha de iguales se encuentran sumidas en una permanente guerra frontal o velada, en pos de la verdad dentro de un espacio lleno de contradicciones. Juego de obligaciones y desprendimientos en donde tiene papel crucial la inmadurez y la insatisfacción. Este antagonismo forma parte de una idea legitimada de mujer que se desprende de su esencia para ser vinculada solo con un papel social. De allí que surge requerimientos y obligaciones predeterminadas para la feminidad.
Otro aspecto de la relación está representado por la connivencia que acerca a dos generaciones de mujeres que colaboran y participan complementando intereses y afectos. En estos tiempos es posible encontrar madres e hijas cómplices de planes y proyectos que les permiten superar antagonismos y disfrutar juntas de este pasaje terrenal. Aquí, no se trata de convertirse en iguales sino de participar de forma diversa en una comunión de intereses que las satisfacen a ambas.
Mitos y verdades constituyen una mixtura que ilustra una relación distinta a cualquier otra que involucra a seres humanos. Mujeres construyendo otras mujeres desde lo afectivo, el temor, la crítica, la culpa e involucrando en ello la singular historia de cada una. Una suerte de relación complementaria y opuesta en donde las mujeres-madres y las mujeres-hijas nos sumergimos en nuestra esencia vital, en ese hálito que constituye solo a la mujer.

Luego de algún tiempo surcando estas aguas y en un momento en el cual la vida ha regalado la oportunidad de estar en una orilla y en la otra, quizás sea el momento de aceptar, perdonar y emprender. En este contexto de la feminidad, aceptar implica saber que ser madre consiste en tener hijas, sin dejar de ser mujer; comprender, es perdonar errores propios y ajenos sin rencor; y emprender, es construir nuevas y retadoras relaciones en donde la mujer pueda crecer como madre, hija, abuela y amiga. En efecto, los límites entre realidad, añoranzas y recuerdos deben ser diluidos para contribuir a construir a veces puertas, a veces ventanas o a lo sumo, resquicios para entender y entendernos. Así, cada mujer-madre o mujer-hija deberá buscar su propia definición más allá del diseño universal de madre y de hija, para hacer prevalecer dentro de esa relación su mujer, la suya y la nadie más.

Comentarios

  1. Que texto tan hermoso y profundo nos has regalado con ocasión del día de la madre, así es nuestra complejidad, unas mas que otras y así de compleja es la relación madre-hija, sin embargo la que me tocó vivir a mi junto a ti es y será la más fuerte de las relaciones, ahora fortificada con nuestro tercer eslabón, lo único que lamento es que no hayas tenido una mamá como la mía.

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